AMIGO CLOTARIO

 

Amigo Clotario:

            Decías que no te iba a escribir cuando me marchase del pueblo, pues aquí me tienes. Nunca me olvidé de mis amigos, y con mayor motivo ahora que, aquí tan lejos, os echo tanto de menos.

            Desde que me vine a la ciudad han cambiado para mí muchas cosas, amigo Cloto. Tantas que es imposible resumir en esta carta. Además, los sentimientos se expresan mejor con palabras que con letras, amigo Cloto, y más que noticias, son sentimientos lo que yo intento contarte.

 

            Desde que murió la Vitoria, y tú bien lo sabes, mi vida cambió; ella se llevó una buena parte de mí. Ella era mi apoyo; ella la que me animaba cada día a tirar para delante. Pero desde que se fue, algo falló; se rompió el principal puntal que, a mi edad, sostenía las ganas de vivir. Los 55 años de compañía, vividos día a día uno al lado del otro cortados en seco, de repente, dejan una huella, una cicatriz que ya no se cerrará nunca. A veces pienso que no es justo que después de vivir toda una vida juntos tengamos que irnos uno antes que el otro, pero bueno, también es verdad que si el de arriba lo hace así por algo será.

            Tratando de remediar mi soledad, mi hijo me trajo aquí, como bien sabes, pero si antes me faltaba mi mujer, la compañera de siempre, ahora me sigue faltando ella y además mis amigos, mi gente, mi pueblo. Me hacen vivir otra clase de vida a la que yo no estoy acostumbrado, Cloto.

 

            No es esto lo que parece, amigo Clotario. Aquí tengo ropa y cama limpia y comida caliente, pero me falta libertad. Tengo familia, pero estoy sólo. Aquí hay mucha gente, pero nadie te saluda al pasar. Todos van a lo suyo, a ganar más dinero para tener menos. Se compran más cosas, pero se disfruta menos de ellas. Dicen tener mayor nivel de vida, pero la vida se les pasa buscando una felicidad que nunca encuentran. La ven, la presienten, pero cuando tratan de acercarse a ella, es sólo un espejismo, una ilusión.

            Mi hijo y mi nuera trabajan ambos y apenas les veo. Ni para estar con su hijo, mi nieto, tienen tiempo. El es el que más compañía me hace cuando viene del colegio contándome las peripecias de la jornada, pero también él, tan pequeño, tiene su tiempo programado, y yo quiero que el poco que le queda libre sea para sus padres.

            Aquí es difícil quedarte fuera de esta espiral que te engulle y te traga sin compasión, incluso a los que no queremos entrar en ese absurdo caos, pero ya sabes, amigo Cloto, Has de bailar al son que tocan, y si llevas el paso cambiado, o lo tomas bien o te sacan de la fila.

            También aquí tengo compañeros para echar la partida, como hacíamos en el pueblo, pero yo sigo echando de menos a mi compañero de siempre, a ti, amigo Cloto. Bajo todos los días un ratito a echar la partida al subastao al hogar del jubilado de San Ramón; fíjate, Cloto, el subastao, nuestra especialidad. Aquí tengo de compañero a uno que también sirvió en Belchite y en Teruel con el ejército de la república, como tú, durante los años de la guerra. Le he hablado de ti, pero no te conoce. No le suena ningún Cloto ni Clotario, claro, han pasado ya muchos años y no se acordará. Se llama Ricardo, y fue muchos años picador en la cuadrilla del matador de toros José Gómez, “El Jerezano” y luego en la del “Maravillas”. Fíjate la de años que hará ya. Cuando dejó los toros tuvo un bar hasta que se jubiló y que ahora lleva su hijo. Es un tío muy majo, me gustaría que le conocieras.

            Cuando hace bueno, bajo al parque a pasar un rato. La gente pasa de prisa y nadie dice “¿qué hace ahí tío Felipe?” o “voy a esto, voy a lo otro...”, parece como si no te vieran. Se echa de menos el canto del gallo que te despierta cada mañana al amanecer; las tardes de verano sentados a la sombra en el viejo banco de piedra del molino viendo pasar la gente que viene del campo; el rítmico tintineo del martillo del herrero sobre el yunque de la fragua, y pasar las mujeres con el cántaro a la fuente del cañogrande. Aquí parece que a cada minuto, cientos de gentes van a ser atropelladas por los automóviles, y estos hacen sonar sus bocinas para evitarlo. Las luces de los semáforos parecen meterte prisa para que cruces rápidamente para dar desahogo a la riada de coches que fluye sin cesar y que se te echan encima a poco que te descuides.

 

Amigo Cloto, estoy deseando que llegue el verano. Mis hijos me llevarán al pueblo mientras ellos pasan unos días en la playa. Allí te contaré más cosas mientras nos tomamos unos vasos de vino debajo de la parra a la puerta del bar de Mariano o mientras echamos la partida con los de siempre. Con los de siempre, Amigo Cloto, con los que habéis sido siempre mis amigos, la gente de mi pueblo, con los que me gustaría terminar mis días. A nuestras edades, Cloto, no es uno de donde pace, sino de donde nace. Ahí me crié, ahí tengo a mis amigos, que después de que la Vitoria que en paz descanse se me fuera, sois mi más cercana familia.

            Solo faltan unos meses. Espero verte pronto.

            Recibe un abrazo de tu amigo Felipe.

                                                                  Francisco Vicente de la Cruz